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La normalización del matrato a los niños y la adicción |
"Seguimos el recorrido por el desarrollo humano, tratando de
posicionar las bases para comprender cómo se forma la identidad masculina.
Quiero alertar sobre el maltrato normalizado que día a día sufren los niños y
niñas; un maltrato del que en la mayoría de ocasiones no somos conscientes. Es
necesario prestar atención para darnos cuenta del daño que inconscientemente
podemos hacer a nuestro hijo, ya que este hecho afecta muy significativamente
en su desarrollo y en su posterior vida adulta.
Sabemos de la necesidad que tiene el niño y la niña de vincularse
con sus padres para crecer y desarrollarse como persona. De ese vínculo depende
absolutamente: necesita la protección, la presencia, el contacto, la seguridad
y el sustento del padre y de la madre. Existe una responsabilidad que no sólo
abarca la aportación de recursos económicos y físicos en cuanto a que los hijos
estén alimentados, tengan un espacio donde vivir, una educación, etcétera. Tan
importante como eso es lo que concierne a la vida instintivo-emocional de los
niños, y tiene que ver con la presencia y la disposición de ánimo para estar
con ellos y con lo que sienten. De la familia depende la salud psico-física de
los menores que en ella viven y crecen. La familia es la matriz, son los
cimientos y la base sobre la que se edifica nuestro ser.
Si he tenido un padre que ha sido violento conmigo, ese miedo o
terror que me ha producido lo llevaré dentro. En cualquier momento puedo verme
yo mismo actuando los mismos comportamientos con mi propio hijo o con quien se
cruce en mi camino. La violencia es la forma de maltrato más evidente que
observamos en las relaciones, sus secuelas son absolutamente dañinas. Aun así,
hay otras formas de maltrato mucho menos conocidas y reconocidas que dejan una
huella de difícil reparación: actitudes de indiferencia, actitudes
autoritarias, de crítica, de manipulación, de desconfianza, rechazo, abandono,
desatención, amenazas, ridiculizaciones, burlas, humillaciones, insultos,
mentiras, incomunicación, reprimendas, desprecio, culpabilización,
comparaciones más o menos sutiles entre hermanos, etcétera. Éstos son sólo
algunos de los maltratos cotidianos que se ejercen hacia los niños y que
reproducimos según la biografía de cada uno.
Maltratar no es sólo levantarle la mano a un hijo y pegarle, no es
sólo golpearlo o dañarlo físicamente. Maltratar también es hacerle sentir
menos, creando en él una autoimagen sin valor que costará muchísimo de
transformar y reparar. El maltrato y la falta de respeto hacia los niños es tan
universal y cotidiano que forma parte de la normalidad. En todo el mundo son
muy comunes las actitudes de cerrazón y protección que el niño adopta con
respecto al mundo exterior. Desde estos lugares, poco a poco se va enraizando
en su personalidad el aislamiento, el temor, la ansiedad, la angustia, el
sentimiento de desvalorización, la depresión, la baja autoestima e inseguridad
personal, que frenan e incluso bloquean el desarrollo a todos los niveles.
En Japón existe el llamado síndrome del aislamiento “hikikomori”,
más conocido en los países de habla hispana como “síndrome de la puerta
cerrada”. Se trata de adolescentes y jóvenes de hasta 35 años que abandonan los
estudios, el trabajo y la vida social para encerrarse en su habitación por
periodos que oscilan entre meses y años. El encierro medio se sitúa en torno a
los 5 años, que es cuando los padres se deciden a pedir ayuda. Según el
Instituto Japonés de la Salud, en Japón hay más de 700 instituciones
especializadas en este síndrome. Existen más de 3 millones de afectados, el 86%
hombres menores de 25 años. Sin necesidad de irnos hasta Japón, lo que allí
sucede es aplicable, a otros niveles, a todo el mundo. Debe haber motivos
realmente importantes como para que un niño o adolescente no tenga ganas de salir
de su habitación y se aísle durante meses o años. ¿Por qué ni siquiera puede
comunicar lo que le pasa?... En estas situaciones, lo más fácil es culpabilizar
al chico, responsabilizarle de su actitud y abandonarlo en su habitación. En
realidad, si el chico se encierra es porque internamente sabe que no puede
contar con nadie. Estas circunstancias de aislamiento no se originan en la
adolescencia, ya vienen de un patrón de relación establecido años atrás.
Una vez hemos crecido y dejado atrás la patria de nuestra
infancia, como adultos que formamos parte de esta sociedad asumimos hábitos,
prácticas y conductas claramente nocivas para nuestra salud: el tabaco, las
drogas duras, las blandas, el alcohol, el café, el azúcar y los dulces, el
chocolate, los antidepresivos, los ansiolíticos, la medicación cotidiana, la
compradicción, la masturbación y el sexo compulsivos, el ejercicio físico
forzado, el estrés,... ¿Qué estamos tapando realmente con las adicciones?, ¿por
qué nos adiccionamos y nos maltratamos de esta manera?... Estamos enganchados a actividades y
hábitos que nos hacen daño sin posibilidad de ponerles freno, a no ser que hagamos
un nuevo ejercicio de maltrato forzándonos a dejar aquello que nos engancha sin
realizar ningún tipo de proceso personal que atienda la necesidad de fondo, el
dolor y las reacciones emocionales que con el mal hábito tapamos. Al dejar de
fumar desde la voluntad, por ejemplo, no depuro el acto compulsivo integrado en
mí que desde ese malestar me lleva a ir a buscar algo fuera de mí. Dejaré de
fumar y con toda probabilidad me adiccionaré a otra actividad tan o más dañina
que esa.

“Un cuerpo sano está más cerca de la verdad que los sueños de
todas las almas”
Anónimo
El otro día no sé como di con este blog y este libro, estoy pensando en comprarlo para regalárselo mi marido
ResponderEliminarAlgunas mujeres que lo han leído también me han hecho llegar lo bien que les ha ido para darse cuenta de cómo se relacionan con sus hijos y con los hombres... Saludos Yolanda
ResponderEliminarAcabo de comprar el libro,tenemos un niño de dos años, intentamos acompañarle desde el respeto, pero no es un camino fácil. En principio lo he comparado para mi marido, pero lo leeré también. Tiene muy buena pinta¡¡
ResponderEliminarSí, Ana. No es un camino fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que tanto el hijo como la hija despiertan en los padres sus vivencias emocionales más profundas. Pero ése es el reto. Mucho ánimo
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