Artículo publicado en la Web del periódico deportivo SPORT:
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Sport: la competición |
Quiero
hablaros aquí sobre la competición que se establece en el mundo del
deporte, perfectamente aplicable a la competición de mayor o menor grado
que puede darse en cualquier tipo de relación humana. A mi modo de ver,
existen dos formas de competir: una sana y otra dañina. La competición
sana empieza en uno mismo. No se compara con nadie, más bien adopta
modelos de otros que lo hacen tan bien como a uno le gustaría hacerlo.
Desde ese lugar integra esos modelos para espejarse en ellos y desplegar
las capacidades propias hasta llevarlas al límite. Con tiempo, calma,
humildad, disfrute y dedicación se van ensanchando los límites de lo
que soy capaz, sin hacerme daño a mí mismo y sin hacerle daño a otros.
Desde ahí se compite limpiamente con otros para comprobar quién es
mejor. Cada uno hace lo que sabe lo mejor que sabe, aportando a su
equipo lo mejor de sí mismo. Todo ello desde el respeto y la
consideración hacia el contrario y hacia las reglas del juego: el fin no
justifica los medios. La competición dañina en cambio, se inicia desde
la base de fijarme en aquellos que lo hacen mejor que yo, para dañarlos
si es necesario y ganarles como sea. Quien así compite, quiere ganar a
toda costa, respetando o no las reglas del juego, jugando sucio si hace
falta, engañando, mintiendo, burlándose del otro y machacándolo si
puede. Otro de sus ingredientes principales es que rara vez asume la
responsabilidad sobre sus actos, más bien se dedica a “echar balones
fuera” y culpar a quien sea por no haber ganado. El fin justifica los
medios.
Si quisiéramos saber y comprender las raíces del porqué
uno se construye dentro de un tipo de competición u otra, deberíamos ir, una vez más, a la experiencia que cada cual ha vivido en su núcleo familiar. Para no irnos del tema que aquí
tratamos, no entraré en ello. Sólo decir que desde las experiencias de
relación que básicamente tenemos registradas con nuestro padre en el
caso del hombre, y con nuestra madre en el caso de la mujer, vamos
construyendo de una manera u otra nuestra forma de colaborar y/o
competir. Si de alguna manera podemos colaborar, no competimos. Si
hacemos un símil, en el trabajo por ejemplo, quien representa a las
figuras paterna o materna son nuestro jefe o jefa. En el fútbol, ¿cuál
es la figura que representa a nuestro padre? Sin duda, el entrenador.
Símbolo de autoridad y máximo responsable en el
momento de situar los límites entre lo que está bien y lo que está mal.
La misma función ostenta la figura del árbitro cuando trata de ser justo
entre dos equipos que se enfrentan entre sí. El entrenador se convierte
en el modelo a seguir, para los jugadores y para los aficionados. El
árbitro puede convertirse en el enemigo externo contra quien volcar
todos nuestros males, arrastrando con ello a los propios jugadores y a
los aficionados hacia una espiral perversa y destructiva que pone en
peligro la integridad de las personas. Es más que evidente la distancia
que separa la propuesta del F.C. Barcelona de Pep Guardiola y la del
Real Madrid de José Mourinho. Cada uno que extraiga sus propias
conclusiones. El árbitro se equivoca, evidentemente. Los entrenadores se
equivocan, evidentemente. Los jugadores también se equivocan,
evidentemente. El error forma parte del juego y de la vida, y no debiera
servirnos de excusa para eludir nuestras verdaderas responsabilidades.
Para saber ganar, hay que aprender a perder.
Más allá de los
colores, situémonos en los ojos de un niño, del niño que nosotros fuimos
un día. Tratemos de ver a través de sus ojos las conductas que observa
en los adultos... ¿Cómo se comportan Guardiola y Mourinho cuando no
pueden conseguir su objetivo que es ganar? ¿Cómo se comportan sus
jugadores cuando no ganan? ¿Cómo se comportan los padres que acompañan a
sus hijos a los campos de fútbol? A mi modo de entender, me parece más
que importante la labor de situar los límites claros a todo aquel que
tanto dentro del mundo del deporte como fuera de él no sepa dónde
están. Si como niño no he aprendido a respetar los límites a todos los
niveles, difícilmente los podré respetar o hacer respetar cuando sea
adulto. Quede claro que los límites no se hacen respetar con violencia
ni desde el autoritarismo, desde ahí vendrán los excesos. Como niños
necesitamos límites claros, constructivos y humanos que se establezcan
desde la relación, que permitan ser integrados y comprendidos por
nuestro bien y por el de los otros. Desde los estamentos sociales
encargados de impartir justicia no se pueden permitir actos violentos y
destructivos, ni en el mundo del deporte ni fuera de él. Las reglas del
juego están para cumplirlas, los límites son necesarios y deberían ser
respetados por todos. Cuando no es así, es una responsabilidad social el
denunciarlo y dar una respuesta clara y firme, si no queremos
convertirnos en cómplices de una forma de funcionar claramente dañina y
perversa que nos afecta a todos.
A estas alturas, si observamos
algunas conductas que se dan en el mundo del deporte, sería bueno que
entre todos y todas tomáramos conciencia del sentido y el significado
esencial de la competición. Si así lo hiciéramos,
estaríamos a tiempo de prevenir el hecho de que se desvirtúen, se
contaminen y se perviertan. El lema de la Barcelona World Race de Vela
del 2010, textualmente decía: “Nuestro rival es fuerte, nuestro amor por
él lo es aún más”. Desde ahí se establece la competición sana,
desde el respeto profundo hacia el otro y hacia las reglas del juego. A
pesar de que estamos compitiendo, el otro y los otros son personas como
yo, y aunque no llegue a amarlas porque no las conozco, por lo menos se
merecen todo mi respeto y consideración. Las personas están por encima y
por delante, del ganar a toda costa.
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