Todos
los seres humanos y los mamíferos nacemos con dos orejas (oído interno y
externo), con una función muy clara: oír. A medida que crecemos y nos
desarrollamos, el oír puede transformarse en escuchar. Oír oímos todos, a no
ser que tengamos alguna disfunción fisiológica; escuchar no escuchamos todos.
Los
últimos estudios señalan que en el ser humano, el aparato auditivo termina de
desarrollarse aproximadamente durante el tercer mes y medio de vida
intrauterina. A partir de ese momento el feto comienza a captar y oír, primero
los sonidos que emite el cuerpo de la madre y un mes después, los sonidos que se
filtran desde el exterior. Todos nacemos con la
capacidad innata de oír. Pero... ¿a partir de cuándo empezamos a escuchar?...
Para
desarrollar la capacidad de escucha, lo primero que necesitamos es que nos
escuchen. Para ello, necesitamos que nos sientan y nos den el tiempo necesario.
Si vamos a los orígenes, necesitamos, antes que nada, ser escuchados en
nuestras necesidades instintivas. Necesitamos ser escuchados en lo que a
nosotros nos sale de dentro, en nuestra individualidad, en lo que somos. Primero y fundamentalmente desde la familia.
Si ahí hemos sido escuchados, habremos aprendido a ser escuchados y a escuchar.
Ese aprendizaje se trasladará también a todas nuestras relaciones sociales, sea
quien sea quien tengamos delante.
![]() |
La escucha en las relaciones humanas |
Escuchar
significa poner el oído, poner la conciencia y sobre todo, poner el sentir.
Sólo con el oído no es suficiente para sentirnos escuchados. Sólo con la
conciencia tampoco es suficiente para sentirnos escuchados. El ingrediente “mágico”
desde donde verdaderamente empezamos a sentirnos escuchados es cuando nos
sienten. Entonces decimos que esa persona sabe escuchar. Porque nos siente, y
si nos siente nos ve y está conectada a nosotros. Todo lo que no venga desde
ahí, a mi modo de ver, no le podemos llamar escucha. Desde el oído y la
conciencia oímos, pero necesitamos poner la presencia y el sentir para
realmente escucharnos.
Desde
el oído y la conciencia, muchas veces intentamos arreglar lo que al otro le
pasa sin antes haberlo sentido y le damos consejos del tipo “tú lo que tienes
que hacer es...”. Ofrecemos una solución desde nosotros sin llegar a sentir lo
que el otro necesita. Desde ahí también podemos, además de intentar arreglar lo
que al otro le pasa, sermonearle y hacerle ver que nosotros somos los que
sabemos. Al que pide ser escuchado no le queda otra que hacer lo que desde ahí
le dicen, o arriesgarse a que le den otra vuelta de tuerca con el extendido “te
lo dije” o “eso te pasa por...”. A continuación bien podría venir el típico: “¿pero cómo se te ocurre hacer eso?...”.
Otra muestra de falsa escucha es la interpretación. El otro
escucha desde la conciencia lo que nosotros le decimos, para a continuación
interpretar lo que nos pasa. Nos dice algo así como: “A ti lo que te pasa es
que... y por lo tanto tienes que...”... Seguimos sin escuchar y el que necesita
que le escuchen, sigue sin saber qué es eso. Ignorar es otra muestra de oír
sin escuchar; ignorar sin dar respuesta o ignorar diciendo algo así como: “eso
son tonterías...” (le estamos diciendo que es tonto). Otro ejemplo sería cuando
estamos hablando de algo que nos preocupa, y el otro, como que solo está
oyendo, responde hablando de todos sus males dándole la vuelta a la tortilla y dejándonos
literalmente colgados.
Todos estos ejemplos nos dejan así: colgados y solos,
por más gente que creamos tener alrededor. Con todos estos ejemplos, si nos lo dejamos sentir, sentimos que no podemos contar con el otro, creemos que nos estamos relacionando cuando en realidad tan solo estamos trasvasando información. Desde estas posturas no hay escucha. Oímos al otro como a nosotros nos han oído para dar las respuestas
que a nosotros nos han dado. Si no hemos sido escuchados, no sabemos escuchar
ni sabemos escucharnos; si no hemos sido amados, no sabemos amar ni sabemos
amarnos; si no nos han sentido, no sabemos qué significa sentir al otro o sentirnos
a nosotros mismos.
Para
escuchar necesitamos que el otro esté presente. Estar presente significa que el
otro esté conectado consigo mismo y no esté en otro sitio más que conmigo. Desde ahí me ve, me percibe y me siente: me está escuchando. Si me siente, me escucha; el tono de su respuesta vendrá desde el respeto. Entonces nos estaremos comunicando
y nos estaremos relacionando porque nos escuchamos y desde ahí conectamos.
Cuando tenemos esta experiencia registrada dentro de nosotros, tenemos en cuenta al otro, le sabemos escuchar y nos sabemos relacionar. Integramos esa experiencia y aprendemos a tratarnos y a escucharnos a nosotros mismos. Afortunados los que son escuchados porque eso nunca se les arrebatará.
Cuando tenemos esta experiencia registrada dentro de nosotros, tenemos en cuenta al otro, le sabemos escuchar y nos sabemos relacionar. Integramos esa experiencia y aprendemos a tratarnos y a escucharnos a nosotros mismos. Afortunados los que son escuchados porque eso nunca se les arrebatará.
Si te gustó puedes compartirlo en Facebook, Twitter o Google+.
Bienvenidos sean tus Comentarios...
Entradas relacionadas: El mito de la Caverna y el proceso psicoterapéutico, Qué significa iniciar terapia, La Terapia de Integración Psico-Corporal