Con esta entrada trato de hacer una aproximación a la percepción que tenemos de nuestro cuerpo: ese gran desconocido tantas veces olvidado.
Hasta los 5 o 6 años de
edad estamos en contacto directo con nuestro cuerpo. Lo percibimos,
lo sentimos, y desde ahí pensamos, aprendemos y nos relacionamos. En
esos años el cuerpo es el motor principal desde donde se movilizan
todos nuestros recursos. Un niño que se siente contento lo siente y
lo expresa con todo su cuerpo. Si está triste por algo que sucede lo
siente también desde ahí y lo expresa para obtener lo
que necesita. De la misma forma, si tiene miedo también lo
sentirá con todo su cuerpo para a continuación buscar la
protección de alguien que lo calme. Si se enfada, grita para tratar de hacer ver que hay algo que no le gusta nada. En esos
primeros años, la escucha hacia el cuerpo y hacia lo que siente,
protagonista principal del desarrollo, es permanente y directa.
De entrada, ese es nuestro patrimonio de millones de años de evolución inteligente. A medida que crecemos y en función de cómo
somos tratados en lo que sentimos, nos vamos construyendo en contacto
con nuestro cuerpo si somos atendidos, o por contra, en descontacto con nuestro cuerpo,
desconectando partes de nosotros mismos que no son aceptadas. Si tengo miedo, por ejemplo,
y no se me atiende, el dolor que puedo sentir puede ser tan
desesperante si sigo sintiendo ese miedo que a menudo la solución
inteligente pasa por desconectar ese miedo (desconectándome también
de mi cuerpo).
La referencia y guía para
un niño o niña es el cuerpo, donde se inscriben sus necesidades
(instintivas) y sus emociones. Desde ahí se pone en relación
con aquellos que le acompañan en su crecimiento para obtener lo que
necesita. Si lo obtiene, su cuerpo crece alegre y vigoroso. Si no lo
obtiene, se le acompaña con respeto para que pueda procesar sus
emociones. Estoy sintetizando mucho para que veamos la importancia
que tiene el cuerpo en el desarrollo humano. Todas estas cuestiones
son muy complejas y habría que ver cada caso particular para
enfocarlo adecuadamente. Te invito a que Comentes el artículo si
tienes alguna duda o sugerencia.
Pasan los años y soy adulto
de pleno derecho. Está claro que si en un momento dado noto algún
tipo
de tensión en el cuerpo, algo me quiere decir. Estamos ante el
lenguaje del cuerpo. El cuerpo habla, me comunica, y a continuación,
a medida que voy creciendo e incorporando capacidades cognitivas, le
voy añadiendo pensamiento y palabra. El cuerpo se relaciona
directamente desde las percepciones y las sensaciones, ése es su
lenguaje universal. Me dice: "oye, que estoy aquí... no estoy
bien, atiéndeme...". A veces es un susurro que se hace
presente como un eco de fondo. Otras veces es más claro:
"basta, no podemos seguir así". Si seguimos sin atenderlo,
entonces duele y puede recurrir a la somatización y a la enfermedad
para que lo atendamos.
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El lenguaje del cuerpo |
En mi huerto observo cómo a
veces una planta enferma: le salen manchas, pierde vigor y color...
Como le sucede a un niño de pocos meses, no me puede decir lo que le
pasa. Soy yo quien debe averiguar qué le está faltando
para ofrecérselo. Es evidente que algo de lo que necesita no
lo está obteniendo. A simple vista muestra síntomas que si no atiendo pueden ir a peor.
El cuerpo humano no permite
que no se le escuche. Escucharle significa atender a sus necesidades,
sentirse, percibirse y atender a las sensaciones. ¿Qué necesitamos
para ello?... Tiempo. Parar. En lugar de eso muchas veces seguimos
adelante a ritmos acelerados sin tiempo de parar a escucharnos. Para
crecer saludablemente necesitamos tiempo para estar con el conflicto
y las emociones que surgen. Lo más fácil en estos casos es la
medicación cotidiana, acabando de un plumazo con los conflictos creyendo que aquello está resuelto.
En función de las
experiencias vividas, a medida que crecemos vamos creando circuitos
psico-corporales interrelacionados entre sí, y aprendemos a sentir y
a pensar en función de esos patrones.
En el cuerpo está inscrita
nuestra historia: a nivel celular, en el sistema nervioso, en el
vegetativo, en el aparato esquelético-muscular, en la postura. Cada
postura y posición corporal actual tiene una forma que incorpora la
realidad que cada uno ha vivido. En función de la postura y las
respectivas tensiones obtenemos una estructura de carácter definida
que sostiene nuestra forma de ser y de relacionarnos. Cuerpo y
carácter van de la mano, son inseparables. Si de alguna forma están
disociados, por nuestro bien tenemos la responsabilidad de volverlos
a asociar. Conozco el caso cercano de una persona que ante un dolor
de la zona posterior de la pierna (musculatura isquiotibial),
afirmaba que lo único que podía hacer para que se le quitara ese
dolor tan terrible era cortarse la pierna. Lo mismo afirmaba otra afectada por migrañas, en relación a su cabeza.
Cuando somos adultos, en
gran medida hemos desconectado las repercusiones afectivo-emocionales
que comporta el grado de tensión y dolor que llevamos incorporado, con su correspondiente carga emocional. Como si detrás del dolor que
es el síntoma, no pudiéramos plantearnos qué más hay.
Cada tensión tiene un sentido y un significado. Soltar esa tensión
y empezar a sentirla es el principio de la reparación de nuestra
historia, tanto a nivel de carácter como a nivel corporal. El
paulatino desbloqueo de la coraza que nos insensibiliza nos va
acercando a nosotros mismos, y en consecuencia, nos acerca de una
forma más genuina y auténtica a los otros, y a la vida.
Poco a poco y aunque cueste,
van quedando atrás los antiguos paradigmas que consideraban el cuerpo
como una máquina que si no funciona bien, tan solo hay que cambiarle
una pieza por otra y asunto resuelto. La vanguardia de la ciencia nos
dice que todo está conectado, que no estamos ante una causa-efecto,
sino ante varias causas que producen uno o varios efectos. La
cuestión aquí será discernir el orden jerárquico de las causas.
Desde mi experiencia terapéutica compruebo día a día cómo en el
fondo, lo que de una manera u otra nos perjudica y afecta para bien y
para mal, tiene sus causas enraizadas en nuestra vida
instintivo-emocional y en cómo desde ahí nos hemos relacionado y nos relacionamos.
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